CITAS

miércoles, 26 de junio de 2013

CASTILLOS DE BAVIERA

La ruta por los palacios del rey Luis II atraviesa la frondosa región que se extiende al sur de Múnich

Luis II de Baviera y los castillos en los que residió son un magnífico hilo argumental para recorrer el sur de este estado alemán. Melancólico y soñador, Luis II (1845 a 1886) vivió para la poesía, el arte y la música, especialmente la de Richard Wagner, a quien protegió y cuyas obras le inspiraron para crear sus particulares paraísos.
Múnich, capital de Baviera, es la primera etapa de este viaje pues, a veinte minutos del centro aloja el Scholss Nymphenburg. Lugar de nacimiento de Luis II, es uno de los mayores palacios de Europa: un complejo de tres alas y edificios repartidos entre canales y jardines barrocos. El refinamiento de los monarcas bávaros es evidente no solo en sus salones, algunos decorados con frescos y lacas chinas, sino también en el museo de carruajes y en la fábrica y el museo de porcelana. Alrededor del palacio surgió el elegante distrito de Neuhausen, cuajado de mansiones de la aristocracia bávara.
Hay que dirigirse hacia el sur para visitar los castillos más importantes en la vida de aquel rey calificado de excéntrico. La ciudad alpina de Füssen, a 130 kilómetros y cerca de la frontera con Austria, es la mejor base para conocer algunos de ellos. Con apenas 14.000 habitantes, Füssen es un importante centro balneario y de deportes de invierno, cuyo encanto reside, sobre todo, en el paisaje que se abre a su alrededor: los bosques y las cumbres nevadas de las montañas de Ammergau y Allgäu.

La cascada del río Lech

Por encima de las casas del núcleo amurallado emerge la torre del Hohes Schloss o Castillo Alto, edificio de finales del siglo XIII que fue residencia estival de los obispos de Augsburgo. Fuera de la ciudad vieja, un sendero conduce hasta el puente de Maxsteg, situado sobre la cascada que el río Lech forma tras bordear la ciudad y antes de remansarse en el lago Forggensee, un enclave ideal para hacer excursiones a pie y en bicicleta.
Apenas diez minutos en coche separan Füssen del castillo de Hohenschwangau, aupado sobre una colina boscosa frente al lago Alpsee. Durante un viaje al Tirol, el todavía príncipe heredero Maximiliano II de Baviera (1811-1864) se prendó del lugar y decidió reedificar un ruinoso castillo medieval que pertenecía a su familia. Entre aquellos magníficos muros pasó la infancia y juventud su hijo, el futuro Luis II. El aspecto más fascinante de este palacio es la profusión de frescos y pinturas alusivas a leyendas germánicas que decoran las salas. Del rey se conserva el dormitorio, su biblioteca y un cuarto de música con el piano que alguna vez tocó Richard Wagner.
En la colina situada justo delante del palacio de Hohenschwangau despuntan los torreones del Neuschwanstein, un castillo que las películas de animación de Walt Disney hicieron famoso en la década de 1940. Esta fantasía arquitectónica nació el día en que el adolescente príncipe Luis asistió en Múnich a una representación de la ópera Lohengrin de Wagner. Aquella música lo cautivó. Apenas ceñida la corona de Baviera, el joven monarca escribió al compositor para participarle su intención de erigir un castillo de Grial, como el que el caballero Perceval visita en la novela de caballería de Chrétien de Troyes (1180). En 1869 se iniciaron las obras sobre bosquejos del pintor Christian Jank, bajo la mirada de Luis II, que las observaba con un catalejo desde las antiguas habitaciones de su madre, en el castillo Hohenschwangau.
El recorrido por el interior empieza en el tercer piso, donde están la antesala con escenas de la saga de Sigurd y el salón del Trono, ornado a la manera de un templo bizantino. Los frescos se extienden por un sinfín de paredes con ventanales que se asoman a un hermoso panorama. Quien dice las ventanas, dice los balcones o la azotea, particularmente la que da a la garganta del Pöllat. En la cuarta planta se halla la imponente Sängersaal o Sala de los Cantores, con diversas pinturas dedicadas al concurso de trovadores que el príncipe turingio Hermann convocaba en el siglo XII en el castillo de Wartburg. No menos vistosos resultan el invernadero acristalado y el vestidor, decorado con escenas de la vida de Walther von der Vogelweide, el poeta en alemán más importante de la Edad Media.
El refugio de caza
Cruzando por carretera las estribaciones alpinas en dirección este, se llega al Linderhof, el más pequeño de los palacios construidos por Luis II. Fue su predilecto y el único de los suyos que vio terminado. Esta perla arquitectónica, una imitación a pequeña escala del palacio francés de Versalles, fue erigida sobre una antigua mansión de caza. El rey utilizó Linderhof como refugio adonde escabullirse de las tediosas obligaciones de su cargo. En vano buscará el visitante un centímetro de tabique o de techo sin la decoración recargada propia del rococó. Su recinto más espacioso es el dormitorio del rey, quien a menudo concedía audiencias desde la cama.
El mar de Baviera
De vuelta a Múnich resulta más que recomendable desviarse hasta el lago Chiemsee. Conocido popularmente como «el mar de Baviera» por su extensión (82 km2), alberga dos islas de interés histórico: Fraueninsel, que tiene una abadía del siglo VIII de cúpula bulbosa y un museo de arte medieval; y Herrenchiemsee, donde se erige otro de los palacios de Luis II. Éste compró la isla en 1873 y mandó construir allí el Neues Schloss (Palacio Nuevo), testimonio de su veneración por Luis XIV, el rey Sol francés.
Luchino Visconti usó la Sala de Espejos como escenario en su película Ludwig, de 1973, dedicada al monarca bávaro. La parte del palacio habilitada como museo expone, entre otros muchos objetos, los trajes confeccionados para la boda de Luis II, que nunca llegó a celebrarse. El rey no vivió más de una semana en este palacio de aire versallesco. En realidad, durante sus visitas a la isla se alojaba en el convento Chorherrenstift de los agustinos, hoy habilitado como un confortable hotel que ofrece visitar los aposentos privados del rey.
En el tramo final del viaje por Baviera, en medio de un paisaje tan evocador como el Chiemsee y después de haber disfrutado con las fantasías de Luis II, habría que plantearse qué pensarían quienes lo acusaban de despilfarrador si supieran que aquellos palacios constituyen hoy el motor turístico de este estado del sur de Alemania.

PARA SABER MÁS

Documentación: DNI o pasaporte.
Idioma: alemán. 
Moneda: euro. 

Cómo llegar: El aeropuerto de Múnich tiene conexiones frecuentes con Madrid, Barcelona y Bilbao. Hay un servicio de tren y autobús hasta el centro de Múnich, a 29 km de distancia. 

Cómo moverse: Además del coche de alquiler, Baviera dispone de una buena red de autobuses y trenes regionales. El Bayern Ticket permite viajar de forma ilimitada en el transporte urbano de Múnich y en los autobuses y trenes regionales. 

Alojamiento: Baviera tiene una amplia oferta de alojamiento, pero las opciones más curiosas son los hoteles en castillos, en monasterios y en granjas. Esta última opción es la más  atractiva para familias. 

Turismo de Alemania: calle San Agustín, 2, 1º. Madrid. Tel. 913 600 392.
Turismo de Baviera
Por Fernando Aramburu

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