CITAS

jueves, 17 de octubre de 2013

ABRAHAM LINCOLN

Nacido en una humilde granja de Kentucky, el decimosexto presidente de Estados Unidos fue asesinado tras reprimir la secesión del Sur en el curso de una sangrienta guerra y promover la abolición de la esclavitud.

Una casa dividida contra sí misma no puede seguir en pie. Creo que este gobierno no puede continuar, de forma permanente, mitad esclavo y mitad libre». Estas palabras de Abraham Lincoln debieron de causar un profundo impacto en su audiencia. La parábola de la casa dividida que se derrumba aparece en tres de los cuatro Evangelios, y Lincoln se dirigía a un grupo de protestantes del Medio Oeste americano a quienes el texto bíblico les resultaba muy familiar. Pero Lincoln no estaba glosando la Biblia. Sus palabras formaban parte del discurso en el que aceptaba su nombramiento por el partido Republicano como candidato a senador por el Estado de Illinois en las elecciones de 1858. Uno de los dos senadores que correspondían a Illinois en el Senado, Stephen A. Douglas, se presentaba a la reelección por el partido Demócrata, y los republicanos nombraron candidato a Lincoln. Durante la campaña, Lincoln y Douglas se enfrentaron en unos debates que se hicieron famosos, pero que no consiguieron que Lincoln fuera designado senador. Sin embargo, no se desanimó. A pesar de su fracaso siguió actuando como portavoz del partido Republicano en el Estado de Illinois: confesaba ser de los que «contemplan la esclavitud como un mal moral, social y político», y mantenía que tanto para él como para su partido «la esclavitud es un mal y hay que tratarlo como un mal, con la idea clara de que debe acabar y de que acabará».


La gran división

El tema de la esclavitud era el más candente en aquellos años, porque el país estaba creciendo hacia el Oeste, donde se formaban nuevos Estados. Ya se habían creado nueve cuando en 1820 Missouri pidió ingresar en la Unión como Estado esclavista, lo que creaba un problema: si se le admitía, se rompería el equilibrio existente en el Senado federal, que en aquel momento tenía el mismo número de senadores de uno y otro lado: esclavistas y contrarios a la esclavitud. El equilibrio era importante porque todas las leyes federales tenían que ser aprobadas por las dos cámaras del Congreso, y mientras en el Senado se mantuviera la igualdad ningún bando podía prevalecer sobre el otro. Se produjo entonces el llamado «compromiso de Missouri», por el que se aceptaba a Missouri como Estado esclavista y a Maine como Estado libre, y se trazaba una línea que seguía el paralelo 36º 30’, al norte de la cual la esclavitud quedaba prohibida.
La paz duró poco porque los plantadores necesitaban nuevas tierras con las que saciar el hambre de algodón de las fábricas inglesas. Se produjeron nuevos compromisos hasta que en 1853 el Congreso federal creyó resolver el problema para siempre con la ley Kansas-Nebraska, que dejaba en manos de la soberanía popular la decisión de si un nuevo Estado sería esclavista o no. Una vez poblado un territorio, y cuando sus habitantes redactaran la Constitución para convertirse en Estado, decidirían por qué lado se inclinaban. La ley no satisfizo a nadie: el Sur se sintió perjudicado porque no aceptaba que alguien pudiera trasladarse a cualquier territorio con su bien más valioso, los esclavos, y despertarse un día descubriendo que ya no era su propietario. El Norte, por su parte, se sintió ofendido porque esos territorios ya eran no esclavistas según el compromiso de Missouri. El 28 de febrero de 1854, un grupo de norteños opuestos a la ley Kansas-Nebraska fundó el partido Republicano, que creció rápidamente. Ese mismo verano ya presentaba candidatos al Congreso, y en 1856 presentó su primer candidato a la presidencia.
Cuando se acercaban las elecciones presidenciales de 1860, Lincoln creía tener pocas posibilidades de que el partido Republicano lo nombrara candidato, porque nunca había ocupado un cargo político importante, no tenía experiencia de gobierno y carecía de los contactos apropiados en la política y la prensa. No se desanimó, sino que hizo publicar sus debates de dos años antes con Douglas, lo que hizo que le invitaran a hablar en Nueva York. El éxito de sus discursos, ampliados por la prensa, hizo que le invitaran en otros Estados del Noroeste, y que se pensara en él como posible candidato a la presidencia, nombramiento que se produjo en mayo de 1860. El partido Demócrata, dividido, presentó un candidato en el Norte y otro en el Sur. Aún hubo un cuarto candidato, de un partido minoritario.

Camino de la Casa Blanca

En aquella época, los candidatos no hacían campaña electoral. De esta tarea se ocupaban los miembros locales del partido. Los republicanos consiguieron que Lincoln fuera conocido y que el país se sintiera atraído por este personaje misterioso, de mirada triste, de pocas palabras, pero con un curioso sentido del humor, de caminar patoso –tenía los pies planos–, desproporcionadamente alto (medía 193 centímetros) y que parecía serlo aún más porque solía llevar sombrero de copa. Se publicaron anécdotas de su vida que lo presentaban como un leñador que había trabajado en la construcción del ferrocarril, que apenas fue a la escuela, pero que había estudiado por su propia cuenta hasta convertirse en un próspero abogado. Y a quien sus clientes y amigos, abreviando su nombre de pila, llamaban «el honesto Abe» en alusión a su proverbial honradez.
El partido no hizo campaña en el Sur, pero se movió mucho en el Norte, donde miles de discursos, editoriales de periódico, carteles y folletos defendían a sus candidatos a los diversos cargos y presentaban a Lincoln como un hombre que se había hecho a sí mismo, como el típico hombre de frontera, de esa franja de terreno entre la civilización y el desconocido mundo de los indios. Se resaltó el valor del trabajo de los hombres libres, por el que el hijo de un simple granjero –como Lincoln– podía, con su esfuerzo, llegar a la suprema magistratura del país. Sus enemigos, en cambio, preveían toda clase de desgracias si Lincoln era elegido, llegando a decir que al día siguiente de su elección el Norte se llenaría de ex esclavos que intentarían arrebatar a los blancos su puesto de trabajo.

Un presidente en guerra

Lincoln fue elegido el 6 de noviembre de 1860, y antes de que tomara posesión de su cargo, el 4 de marzo de 1861, siete Estados del Sur habían abandonado la federación. En su discurso inaugural, Lincoln habló directamente a los Estados secesionistas: «En vuestras manos, mis descontentos compatriotas, y no en las mías, está el importante tema de la guerra civil. El gobierno no os atacará. No puede haber conflicto sin que vosotros seáis los agresores». En el mismo discurso dejó bien clara su posición con respecto a la esclavitud en el Sur: «No me propongo, ni directa ni indirectamente, interferir en la institución de la esclavitud en los Estados en los que existe. No creo tener potestad legal para hacerlo, ni deseo hacerlo».
Abandonar la federación no era fácil: el gobierno federal tenía instalaciones militares en los diferentes Estados, y una de ellas, Fort Sumter, estaba en una isla enfrente de la ciudad de Charleston, en la secesionista Carolina del Sur. Las autoridades del Estado pidieron al comandante del fuerte que lo entregara, y al negarse éste, dispararon sus cañones contra el recinto. Tal como Lincoln había prometido, el primer disparo partió del Sur.
Lincoln había hecho todo lo posible por evitar la guerra, pero el Sur estaba demasiado preocupado por su futuro, y demasiado convencido de su superioridad militar: no sólo eran sureños la mayoría de los militares, sino que la suya sería una guerra puramente defensiva y para ganarla no necesitaban conquistar el Norte: bastaba con impedir que el Norte les conquistara. Confiaban, además (y en esto se equivocaron), en que una Europa necesitada de algodón se pondría de su parte. Para los sureños aquella fue una «guerra entre los Estados» –y aún hoy la llaman así–. Los del Norte, en cambio, la vieron como una verdadera «guerra civil» y siguen llamando de esta forma a la contienda que los europeos siempre hemos denominado «guerra de secesión».
Excepto por unos pocos días, la presidencia de Lincoln fue militar, porque el presidente de Estados Unidos es el comandante supremo de las fuerzas armadas. Naturalmente, el día a día de la guerra competía a los militares, aunque Lincoln visitaba el frente con frecuencia. Fue al dedicar un campo de batalla como memorial de guerra cuando pronunció su famosa Oración de Gettysburg, a la que pertenecen las palabras de Lincoln citadas con más frecuencia: «Que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la tierra».
En su primer mensaje al Congreso, en 1861, Lincoln resumió así su pensamiento económico: «El trabajo es anterior, e independiente, del capital. El capital es sólo el fruto del trabajo, y nunca podría haber existido si el trabajo no hubiera existido antes. El trabajo es superior al capital, y merece un mayor aprecio». Con estas ideas era lógico que quisiera liberar a los esclavos. Pero, ¿podía hacerlo? Con grandes dudas sobre si su acción era legal o no y fiándose sólo de su conciencia, el 1 de enero de 1863 emitió la Proclamación de Emancipación, por la que, como comandante en jefe, abolía la esclavitud en los territorios sujetos a jurisdicción militar. Dos años más tarde, la 13ª enmienda de la Constitución la abolió en todo el país.
En abril de 1865, cuando terminaba la guerra, un fanático sureño asesinó a Lincoln, y eso fue lo peor que podía ocurrirle al Sur. Lincoln era partidario de readmitir a los Estados sin condiciones, mientras que otros políticos del Norte querían castigar al Sur por su rebelión. El sucesor de Lincoln, Andrew Johnson, intentó aplicar sus ideas, pero carecía de su prestigio y habilidad, y aunque mitigó los deseos de venganza de algunos norteños no pudo evitar desmanes en los años posteriores a la contienda. Durante más de cien años, el Sur se ha estado quejando de las ofensas, reales o imaginarias, recibidas durante ese período.
Joaquim Oltra. Catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona

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